Capítulo 1
E
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l andén de la
estación de Sants se encontraba repleto de viajeros que tiraban de sus maletas
con ruedas mientras buscaban el coche que les correspondía. Andaban despacio,
despreocupados por si sus maletas se cruzaban en el camino del resto de
pasajeros que caminaban veloces,
Una
de esas personas era Zaida. Una mujer de treinta y tres años que caminaba, con
paso ligero, tan solo llevando su maletín y una pequeña maleta negra con sus
efectos personales. Los años que llevaba viajando, por motivos de trabajo, le
daban la experiencia suficiente para ser capaz de esquivar a los turistas que
se cruzaban en su camino. Sin embargo, la seguridad que demostraba en su porte,
no tenía nada que ver con el nerviosismo que sentía en su interior.
Subió
al coche donde se encontraba su plaza y colocó el maletín y la maleta en la balda situada encima de los
asientos. Se sentó y sacó su móvil para revisar el correo del trabajo. Por
suerte, no había nada urgente que responder y que no pudiera esperar hasta su
llegada a Madrid. Su cabeza se encontraba, en aquellos días en otro asunto que
impedía que se centrara tan solo en su trabajo.
Guardó
el teléfono en su bolso y cerró los ojos. Respiró profundo para calmar sus
nervios y pensó en aquel hombre que le traía de cabeza desde que lo había
conocido.
Alex,
aquel maldito demonio, forma en la cual siempre le llamaba cada vez que pensaba
en él, había trastocado su existencia desde que se cruzó en su camino hacia
casi un año. Iban a reencontrarse después de cuatro meses. Meses llenos de
angustia, desesperación y soledad en los cuales había intentado continuar con
su vida y convertir su existencia en tan sólo en un recuerdo difuso.
Sin
embargo, allí estaba ella, sentada en un tren con destino a Madrid para ver a
aquel hombre que se había instalado de forma permanente y sin permiso en sus
sueños y también en sus más profundos deseos y fantasías. Volvió a repetirse en
su cabeza el mantra que la había acompañado en los últimos días, desde que
había recibido aquella inesperada llamada de teléfono; estoy loca.
Aun
dudaba de por qué había accedido a verle una vez más, cuando sabía que de aquel
encuentro volvería a salir malparada.
Debería
haber dicho que no, pensó. El miedo a volverse a sentir herida hizo que
agarrase su bolso e hiciera la intención de levantarse de su asiento. Aun
disponía de tiempo para salir de aquel maldito tren y quedarse en Barcelona a
seguir reconstruyendo su nueva vida con los pedazos que habían quedado
desperdigados después de su ruptura.
-No.
–Dijo en voz alta sin darse cuenta, haciendo que el hombre que se encontraba
sentado, a su lado, leyendo el periódico levantase la vista y la mirara con
gesto serio.
Siempre
había sido una mujer que había llevado con firmeza las riendas de su vida y no
iba a permitir que aquello amedrentase su voluntad. Pasara lo que pasase, se enfrentaría
a aquella burla del destino que hacía que se reencontrase con su peor
pesadilla.
Rondaba
por su cabeza mil pensamientos a la vez. ¿Por qué habría vuelto a llamar
diciendo que necesitaba que se vieran? En lo más profundo de su ser, deseaba
que lo hiciera para pedirle que volviesen a estar juntos. Pero no se haría ilusiones
con aquello que, era consciente, que no ocurriría.
El
pitido del tren anunció la salida inminente del mismo, cerró sus puertas y comenzó
su marcha.
Mientras
miraba por la ventanilla como la estación quedaba atrás, dejo su vista fija en algún
punto perdido en la nada. Surgían en su cabeza, un recuerdo tras otro del
tiempo que habían pasado juntos. Parecía que estaba allí, frente a ella,
hablando, sonriendo, besando, acariciando...Debía salir de aquella espiral que
lograría encender su deseo y, también desataría su llanto.
Pestañeo
con rapidez para salir de su ensimismamiento y miró de reojo al resto de los
pasajeros que se encontraban a su alrededor. Siempre se había distraído
imaginando cuales serían los motivos que tendrían sus compañeros de viaje para
realizar el mismo trayecto que ella.
Comenzó
con el hombre que se encontraba sentado a su lado. Tendría alrededor de los 50
años, pelo canoso y vestido con traje azul
marino y camisa blanca con unas finas rayas verticales grises. Sin lugar
a dudas, viajaba por motivos de trabajo.
El
matrimonio, que se encontraba en su misma fila de asientos pero al otro lado
del pasillo, charlaba animadamente sobre lo que iban a hacer a su llegada a
Madrid; quienes irían a buscarlos y como llegarían hasta su hotel. Por el tono
de su voz, y todo lo que hablaban, sabía que se enteraría de muchas más cosas
de su vida de lo que ella estaba interesada en conocer. En aquel preciso
instante, se arrepintió de no haber elegido su asiento en el coche en silencio
Su
mirada se clavó en la chica que se encontraba sentada delante de aquel matrimonio.
Viajaba sola y su cabeza estaba girada mirando por la ventanilla. Su moreno
cabello, largo y liso ocultaba parte de su cara y no se había quitado las gafas
de sol. Zaida observó como aquella mujer, con disimulo, llevaba hasta su
mejilla un pañuelo de papel blanco y lo pasó por debajo de la montura limpiando
lo que, sin dudar, serian lágrimas.
Cómo
le recordaba a ella misma cuando se despidió de Alex, el viaje que tuvo que
hacer tras su ruptura. No podía pensar en aquello de nuevo, ya que sus ojos
volvieron a anegarse de lágrimas que se negaba a dejar salir. Ya había
derramado demasiadas en aquel momento y en los meses posteriores a su
separación.
Imitó
a aquella mujer y sacó las gafas de sol para ocultarse del mundo detrás de
aquellos cristales oscuros. Lo mejor sería que intentase dormir, ya que apenas
lo había hecho la noche anterior.
Cerró
los ojos esperando que el sueño la venciera. Sin embargo, lo único que aparecía
en su mente, de nuevo, era la imagen de Alex. No podría librarse de él. Estaba
convencida de aquello, así que decidió recordar como lo había conocido, los
buenos momentos, como se había sentido al estar a su lado. El inicio tan
inesperado de su relación.
Una
historia como la de ellos solo aparecía una vez en la vida, con suerte. No todas
las personas son tan afortunadas de poder experimentar lo que ella había tenido
y le vino a la cabeza aquella dichosa frase que había visto cientos de veces y
con la que no estaba de acuerdo, sobre todo por cómo se había hundida tras la
ruptura.
“Es
mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca”. Pues ella había amado
mucho, y perdido mucho. Quizás no hubiera sido tan mala la idea de no haberlo hecho y haberse
ahorrado todo aquel sufrimiento, pensó Zaida.
Capitulo 2
Abril de 2014…
Z
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aida despertó al
escuchar el despertador programado en su móvil. Era incapaz de abrir los ojos y
mucho menos de moverse para silenciar aquel fastidioso sonido. Estaba tumbada
boca abajo y tanto el olor, como el tejido de aquella almohada contra su
mejilla, resultaban desconocidos. De inmediato, recordó que se encontraba en la
habitación del hotel donde se alojaba y no en su propia cama.
A
su lado, notó como el colchón se hundía de forma leve, a la vez que algo rozaba
su cadera. No estaba sola en la cama y los recuerdos de la noche anterior
aparecieron uno tras otro. Sonrió satisfecha e intento abrir los ojos, pero la
luz que se filtraba por la ventana hizo que pestañeara varias veces para
acostumbrar a sus ojos a aquella claridad.
Se
colocó de espaldas en la cama y se desperezó con sensualidad sonriendo a su
amigo Nacho que se encontraba a su izquierda, mirándola con cierta picardía.
Ver a un hombre tan atractivo como él,
sonriendo de aquella manera, con el pelo alborotado y con los pectorales al
descubierto, haría que cualquier mujer se lanzara a su cuello y no lo soltara
nunca.
—Buenos
días guapo.
Echó
sus brazos alrededor de su cuello y le besó en la boca mientras los brazos de
él acercaban su cuerpo hasta quedar completamente pegados. Sus lenguas se
unieron haciendo que el deseo aumentara entre ellos.
—¿Y
a mí no me dices nada, princesa?
Era
la voz de Rubén lo que escuchó a su espalda mientras notaba como su mano
acariciaba su muslo y acercaba su torso a la espalda de ella, quedando atrapada
entre aquellos dos formidables hombres, además de amigos, a los que tanto
apreciaba.
Sonrió
y separó su boca de Nacho para darse la vuelta y alborotar aquel cabello dorado
que tanto le gustaba. Acercó sus labios a los de él y recorrió primero el superior
con la lengua antes de besarle.
—Jamás
me olvidaría de mi rubio favorito.
Nacho
hizo que se pusiera de espaldas empujando levemente con su cuerpo, sin dejar de
depositar suaves besos desde el cuello hasta su pezón izquierdo. Lo introdujo en su boca y succionó
hasta que un leve gemido escapó de la boca de Zaida. Rubén mientras tanto,
comenzó a imitar los movimientos de su amigo con el otro pezón.
Ella
bajó la mirada hacia su pecho para no perderse detalle de la magnífica visión
que tenía en aquel momento. Aquellos dos hombres prodigaban caricias a sus
senos con maestría. Notaba los ligeros mordiscos, la succión, los golpecitos
que daban a sus pezones duros y excitados con sus lenguas. Excitación que
comenzaba a expandirse por el resto de su cuerpo notando como su sexo comenzaba
a humedecerse.
Si
seguía permitiendo que continuaran con las caricias, llegaría tarde a las
oficinas de su cliente en su primer día. Acarició a ambos en la cabeza, y sin
convencimiento de querer terminar aquello, los apartó de su pecho.
—Chicos, lamento ser una aguafiestas, pero…tengo
que irme a trabajar. .Hizo ademán de incorporarse de la cama pero no se lo
permitieron.
—Solo
será un ratito —dijo Nacho con la mirada
tierna parecida a la de un niño cuando quiere conseguir lo que se propone. Bajó
la cabeza y dio un lametazo a su pezón seguido de un pequeño mordisco, sin
dejar de mirar a la muchacha a los ojos.
—Con
vosotros nunca es un ratito. En serio, mi empresa me ha traído a Madrid para
trabajar, no para disfrutar de unos increíbles días de sexo desenfrenado.
—Pues
es una verdadera lástima, que quieres que te diga. –Respondió Rubén.
Zaida
se llevó las manos a la cara y resopló exasperada.
—Muy
gracioso Rubén. Venga, vamos chicos ¡Dejadme salir! Tengo que ducharme. —Notó
como una mano, se metía entre sus muslos y acariciaba su sexo.
—Estas
mojada. No podemos dejarte ir así a trabajar, estarías muy tensa en tu primer
día.
Los
dedos de él se abrieron paso entre los labios de su sexo y ella gimió sabiendo
que estaba perdida ante aquellas caricias.
Nacho
abandonó su seno deslizó su lengua por su estómago y continuó bajando hasta
llegar a su sexo. Lamió su clítoris, mientras los dedos de Rubén entraban y
salían de su cuerpo con un ritmo lento e hipnótico. Las caricias de aquellos
hombres estaban volviendo loca a Zaida, quien se abandonó a la excitación que
sentía. Las sensaciones fueron creciendo en su interior, hasta que alcanzó un
orgasmo que dejó su cuerpo tembloroso y satisfecho.
Cuando
su respiración volvió a la normalidad, se incorporó en la cama para dirigirse
al baño. En vez de bajarse por el pie de la cama, se tumbó encima de Rubén para
pasar por encima de él y restregó su cuerpo contra su más que notable erección.
—¿Por
qué eres tan cruel? —Dijo Rubén lloriqueando.
Zaida
giró su cabeza, mientras caminaba hacia el baño, para responder. Sin embargo se
quedó sin palabras al contemplar a sus amigos y, antiguos monitores de gimnasio,
desnudos y excitados por ella.
Resopló
intentando apartar de su cabeza la idea de regresar a aquella cama y pasar las
siguientes horas con ellos.
—Lo
siento chicos, pero no me da tiempo a hacer nada por vosotros. —Dijo mientras
señalaba a ambos con su dedo —. Creo que deberíais hacer algo el uno por el
otro si no queréis pasar un rato bochornoso cuando salgáis de la habitación.
—No
le pongo una mano encima a éste, ni aunque se le caiga una máquina del gimnasio
y le aplaste. —Bromeó Nacho.
—¡Muy
bonito! Tener compañeros para esto. Tu avísame la próxima vez que necesites
ayuda con algo en el gimnasio, cabrón.
Rubén
agarró la almohada y golpeó con ella la cabeza de su amigo. Los miró, unos
instantes sonriendo, mientras se peleaban como niños. Movió su cabeza hacia ambos
lados pensando que aquellos dos no tenían arreglo. Se metió en el cuarto de
baño y se dio una ducha rápida. Al salir, caminó hacia el armario que se
encontraba al lado de la ventana. Tan sólo llevaba puesta una toalla envuelta
alrededor de su cuerpo y su larga melena caía esparcida, aun húmeda, por la
espalda.
Mientras
los miraba con picardía, en el reflejo del espejo, se quitó la toalla dejando
que cayera a sus pies. Al ver el escultural cuerpo desnudo de Zaida, dejaron de
hablar y silbaron al unísono. Aquellos dos hombres eran los principales responsables de que ella
luciera un cuerpo tan atractivo. Habían pasado los tres juntos muchas horas
entrenando en el gimnasio y no solo para pasarlo bien.
—¿No
tenéis otra cosa mejor que hacer hoy, chicos?
—¡No!
—dijeron los dos a la vez.
Sacó
de su maleta un conjunto de sujetador y tanga blanco de encaje y unas medias
negras hasta el muslo. Se puso la ropa interior y subió las medias hasta la
parte alta de su pierna, donde quedaron pegadas sin moverse. Cogió el traje de
chaqueta negro con falda de su armario y una blusa blanca, que dejó en un
pequeño sillón ubicado al lado de la puerta.
Una
vez vestida, terminó de secarse el pelo y recogió hacia atrás los mechones castaños
que le caían a ambos lado de la cara, sujetándolos en la parta alta de la
cabeza con un pasador. El maquillaje suave que se extendió por la cara, hizo
desaparecer cualquier huella de cansancio producida por la falta de descanso la
noche anterior.
Sonrió
al recordar la fantástica noche que habían pasado los tres mientras cenaban y
como se había caldeado el ambiente cuando comenzaron a bailar los tres en el
local donde fueron a tomar una copa después de cenar. Resopló cuando vino a su
mente el momento en que Rubén se colocó detrás de ella y notó en su trasero la
erección que tenía mientras bailaban. Nacho hizo lo mismo pero por delante y más
que bailar lo que hizo fue provocarlos. Estaban dando todo un espectáculo para
las pocas personas que se encontraban bailando en la pista al ser un día de
diario.
No
tenía tiempo para quedarse ensimismada recordando la noche anterior; así que,
terminó de maquillarse y tras echarse su perfume favorito, Ultraviolet de Paco
Rabanne, regresó al dormitorio.
Se
miró al espejo de la pared y comprobó, satisfecha, que había conseguido la
imagen que quería aparentar, la de una seria y respetable profesional cuyo
puesto era el de auditora senior para la prestigiosa consultoría Renfield and
Brothers. Nacho, no dejó pasar la oportunidad de hacer un comentario acerca de
su aspecto.
—Nena,
cada vez que te veo vestida así, me das miedo
—¿Miedo?
¿Por qué? –Preguntó extrañada mientras lo miraba reflejado en el espejo.
—Porque
tienes pinta de aplastarle las pelotas al primero que te lleve la contraria.
—¡Yo!
—Rio a carcajadas—. Si soy muy dulce e inofensiva. No sé cómo puedes decir eso.
Además….Anoche no oí que te quejaras por lo que les hice a tus pelotas.
Se
dio la vuelta y les miró con picardía, mientras se pasaba la lengua por el
labio inferior.
—Sigue
así y no te dejaremos salir de la habitación. Si te despiden, mejor para
nosotros.
Rubén
se levantó de la cama, desnudo, y fue hacia ella con la intención de cumplir
con aquella amenaza. Entre risas, Zaida intentó zafarse de él, aunque le
resultaba casi imposible. Cogió un butacón que se encontraba ubicado junto al
escritorio y lo puso entre medias para evitar que siguiera con su persecución.
—¡Basta
ya! Déjame salir que no llego a este paso.
—Solo
si nos prometes que volveremos a verte antes de que te vayas.
—Eso
seguro. No os librareis tan fácilmente de mí. Os digo algo cuando vea qué es lo
que me encuentro. Espero que no sea muy complicada. A simple vista, no lo parece,
pero nunca se sabe.
Se
puso su abrigo y cogió el maletín que había colocado junto a su bolso. Abandonó
reticente la habitación del hotel, deseando poder quedarse con ellos un rato
más porque los echaba mucho de menos. Desde que había conseguido aquel trabajo
en Londres, hacia algo más de un año, los viajes que había realizado a Madrid,
habían sido escasos.
Ambos
continuaban trabajando como monitores en el gimnasio al que acudía casi a
diario cuando vivía en Madrid. Día a día, la amistad entre los tres fue
creciendo y aunque ellos si habían practicado, con anterioridad, ese tipo de
relaciones, para ella era la primera vez. Aquella amistad iba más allá del
sexo. Siempre que alguno había necesitado apoyo en momentos difíciles, habían
estado los tres juntos. Ese era el tipo de amistad que uno sabe que durará toda
la vida.